Cristiano Ronaldo es la madrastra de Blancanieves de la Liga y del fútbol mundial. El jugador portugués del Real Madrid no para, como la malvada del cuento infantil llevado al cine por Disney, de preguntarle al espejito quién es el más guapo, el mejor jugador, el que más pasiones despierta, el que más goles mete… y el espejo, espejito mágico no para de decirle siempre lo mismo: Messsi, Messi.
Es lo mismo que escucha –junto a otras lindezas- en todos los campos a los que acude ya sea con el Real Madrid o con la selección portuguesa. El último grito de cariño hacia Cristiano Ronaldo lo escuchó en el partido frente al Mallorca del pasado domingo: ‘Cristiano es una barbie’ le dedicaban los ¿aficionados? cada vez que tocaba la pelota.
Cualquier otro jugador pasaría de la grada, se centraría en el partido y seguiría marcando goles para callar a una minoría lamentable -que debería recordar que no se tiene carta blanca para insultar o faltar a un jugador del equipo que sea, por haber pagado una entrada-, pero Cristiano no. Cristiano se revuelve, contesta y en lugar de apagar el incendio echa un poco más de gasolina con gestos hacia la grada.
Los aficionados deberían tener claro que una entrada no te da derecho a todo. Y desde luego, no te da derecho a insultar a nadie. Ni aunque te marque un doblete y triture a su equipo. También es verdad que Cristiano debería saber que no puede contestar a las provocaciones de la grada. No le ayuda ni a su imagen, ni a la de su equipo, ni a la de su selección.
Cuando Cristiano se mira al espejo para hacerle la pregunta de rigor, también debería ver que debe cuidar un poco más su imagen… en situaciones como la del domingo.
En su particular lucha con Leo Messi por todo, pero sobre todo por el Balón de Oro, estos detalles más que sumar restan. Ahí Messi tiene ‘ganadas’ a las aficiones. Nadie le insulta, nadie le provoca y nadie se mete con él. Sólo le admiran.
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