Si algo tenemos claro todos los seguidores de la Fórmula Uno, e incluso los que no lo son, es que Michael Schumacher es un hombre acostumbrado a ganar. En su palmarés puede presumir de 7 Mundiales, 91 victorias, 68 ‘poles’, 77 vueltas rápidas y 155 podios. Casi nada. Un hombre en el que la velocidad es una forma de vida. Siempre deprisa allá por donde va y con el pie en el acelerador las 24 horas del día. Una vida que le había acostumbrado a vivir con el peligro como compañero de viaje y en el que la línea entre la vida y la muerte se había convertido en una rutina.
En su carrera, a los mandos de un monoplaza, le hemos visto correr en más de 300 Grandes Premios, recorrer miles y miles de kilómetros al límite, realizar adelantamientos suicidas y ofrecer espectáculo del bueno rozando la ilegalidad. Ahora más que una prueba contra el crono, le espera una carrera de fondo, de superación y en el que lo importante no es la velocidad con la que dispute la carrera, sino la seguridad de llegar a la meta cueste lo que cueste.
Quizá por todo esto no deja de ser paradójico que un tipo que se ha jugado la vida en cada segundo de su carrera de Fórmula Uno vea cómo su vida penda de un hilo por culpa de un accidente de esquí -otra de sus grandes pasiones- que en condiciones normales no hubiera pasado de un buen susto, alguna fractura o quién sabe si algo más serio como una temporadita larga postrado en una cama o en una silla de ruedas.
Pero el destino a veces juega estas pasadas. Su cabeza, esa que le hacía dominar como nadie un monoplaza a más de 300 kilómetros por hora, chocó contra una piedra que le mantiene en constante lucha entre la vida y la muerte a pesar de llevar un casco que, según los médicos, fue clave para permitirle seguir disputando la carrera más importante de su vida. Pero no será nada fácil seguir en carrera. Schumacher está en estado crítico, en coma artificial, con un hematoma craneal y un edema cerebral.
Como buen piloto, el siete veces campeón del mundo estaba acostumbrado a acelerar más que nadie, a arriesgar un poco más, a negociar los peligros de forma diferente y a rozar los límites. Quizá eso le llevara a esquiar fuera de pista en una decisión arriesgada en la que buscaba, como durante toda su vida, convivir con el límite.
Pero ahora eso no importa. Ahora lo que todos queremos es que el gran Michael Schumacher acelere como no lo ha hecho nunca y mantenga su monoplaza dentro de la pista. Esta vez ver la bandera a cuadros tendrá el mejor premio posible.
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