Quizá es que siga teniendo un puntito romántico en esto del fútbol o quizá era la ilusión de seguir escuchando los rugidos del ‘Tigre’ Falcao en el Vicente Calderón, pero la verdad es que me cuesta creer que el colombiano se marcha del Atlético. Radamel Falcao tiene pie y medio fuera del Atlético y su marcha al recién ascendido Mónaco -para muchos inexplicable destino- es más que un hecho.
El adiós de Falcao me trae a la memoria que en los últimos años, los atléticos han tenido que ver marchar a muchas de sus estrellas: Fernando Torres, Diego Forlán, Sergio ‘Kun’ Agüero… El dinero por encima del sentimiento. Los intereses por encima del corazón. Pero es lo que tiene que los directivos de un equipo compren a sus jugadores a través de unos fondos de inversión que se han convertido en auténticos ‘mercenarios’ del fútbol.
Uno de ellos es Jorge Mendes. El dueño de medio mundo futbolístico a través de la compañía de representación portuguesa Gestifute y fundador de Doyen Sports, la empresa que es dueña de más del 50% del pase de Radamel Falcao. Cuando llegó el colombiano al Atlético procedente del Oporto, el traspaso se cerró en 40 millones. Los dirigentes colchoneros, al no poder hacer frente al pago acordaron con un grupo inversor pagar mitad y mitad. Una solución que daba el 50 por ciento de la propiedad a cada una de las partes.
Hasta ahí todo hubiera sido una operación más o menos lógica sino hubiera sido porque a la hora de hacer frente a su pago, el Atlético adujo no tener dinero -con amenaza de denuncia a la UEFA incluida por parte del Oporto-. ¿Solución? El grupo inversor pagó la deuda del Atlético con el Oporto a cambio de dos condiciones. Una, que lo que generara el futbolista sería repartido entre el jugador y el grupo inversor y dos, que los contratos de patrocinio en la camiseta de Atlético serían para el grupo inversor con el objetivo de recuperar el dinero destinado para ‘ayudar al Atlético. Una trampa para la futura venta del jugador, que pasó a ser pura mercancía. Una mercancía que se toma o se deja.
Falcao debe ir donde le digan sus ‘amos’. El grupo inversor quiere recuperar la inversión total y tiene claro que el que quiera al ‘Tigre’ debe desembolsar 60 millones de euros, pagarle 10 años por temporada y hacerle un contrato por cinco temporadas. Casi nada. Un pack completo para el ‘producto’ que tienen en venta. Unas condiciones que obligan al comprador a tener disponibles 110 millones (60 de traspaso y 50 de sueldo).
Pocos clubes se pueden permitir semejantes cifras. Pero entonces aparece Dmitry Rybolovlev, dueño del Mónaco -con una fortuna de 9 billones de euros según el último informe publicado por la revista ‘Forbes’- y que está dispuesto a gastar 200 millones en convertir al recién ascendido a la Ligue en ‘uno de los grandes’. Poco importa lo que piense Falcao o la progresión deportiva –casi nula en el equipo francés- que vaya a tener el colombiano en su etapa en Francia. Lo que importa es recuperar la inversión.
Quizá por eso Falcao lleve unas semanas triste, con cara de pocos amigos y como si creyera que esto no es más que una triste pesadilla de la que en cualquier momento se despertará. Pero no es así. Tras la final de Copa lloró desconsolado sabiendo que ese sería su último título como rojiblanco y se fue al vestuario señalándose el escudo y diciendo «les llevo dentro». Este domingo -tras su último partido en el Calderón- lloró ante 5.000 aficionados que le obligaron a despedirse. «Han sido dos años maravillosos”, confesó entre sollozos un Falcao que tendrá que dejar un equipo en el que se siente querido, importante, futbolista y persona. Pero el dinero ha pasado a un primer plano y los románticos ya no tienen sitio en el fútbol.
Eso sí, puede irse con la conciencia tranquila porque se va querido, comprendido, agradecido y emocionado. El problema no es dejar el Atlético, es ofenderle y traicionarle. Pero Falcao no es de esos.
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