Érase una vez un grupo de aficionados que disfrutaba de su equipo desde 1903. Un equipo centenario, que no era el que más Copas tenía, ni el que más dinero ganaba, ni el que tenía los mejores jugadores, ni el que más minutos se llevaba en la televisión o páginas en los periódicos, pero que presumía de sus rayas rojiblancas, de su alma, de su corazón, de su coraje, de su espíritu, de sus leyendas…
Un buen día llegó un príncipe dispuesto a cambiar la historia de este equipo. Un príncipe de esos del montón, a los que no le gusta presumir, que no es el más guapo, ni el que más dinero tiene, pero que ya se había enamorado hacía unos años de las rayas y con el que se había prometido la primera vez que le llevó a la cima con aquel cabezazo que le dio la novena Liga. Ahí le juró amor eterno. Pero como todas las historias de amor, esta no fue menos y también tuvo su ruptura y su distanciamiento.
Aquel príncipe llegado de Argentina volvió a cruzarse en la vida del equipo –de su amor- en los últimos días de 2011. Entonces se encontró un equipo derrotado, abatido, rozando de nuevo el abismo y con sensaciones parecidas a las que un día no muy lejano les condenaron a vivir en el infierno durante dos años. Pero esa es otra historia…
Decía, que el príncipe llegó como un auténtico salvador. Uno de esos héroes en los que la afición había puesto toda la esperanza y en el que confiaba a pies juntillas -a pesar de que en otros lares lo veían como el principio del fin de este equipo-. Y el príncipe, fiel a lo que siempre había demostrado, volvió a enamorarse de las rayas. Aquel 23 de diciembre de 2011, comenzó una nueva relación de amor que va camino de convertirse en eterna.
Desde ese día, y como un regalo navideño adelantado, el príncipe se puso al frente del ejército rojiblanco. El primer éxito no tardó en llegar y el 9 de mayo de 2012, el equipo de las rayas conquistó la Europa League. Un día después, miles de aficionados rojiblancos se congregaron en la fuente en la que celebraban sus éxitos, dedicada al Dios Neptuno, para corear el nombre de sus guerreros y, por encima de todos, el de su líder y príncipe.
Entonces llegó otra batalla. Esta vez ante el todopoderoso Chelsea, uno de esos equipos plagado de estrellas, de dinero y de la prepotencia con la que ha tenido que convivir el equipo de las rayas desde que naciera allá por 1903. Aquella batalla acabó con una nueva victoria del príncipe y sus guerreros -sus muchachos, como le gusta decir a él- un 31 de agosto de 2012, que les convirtió en Supercampeones de Europa gracias a tres latigazos de su Tigre.
La historia de amor entre el príncipe y el equipo de las rayas iba como la seda. Tanto, que el 5 de marzo de 2013, esta peculiar pareja unía sus vidas hasta- como mínimo- 2017. Una renovación de los votos que parecía un paso más para consolidar el amor entre ambos.
El príncipe -detallista como pocos- quiso hacer un regalo a su amor y el 17 de mayo de 2013 decidió entregarle la Copa del Rey. Una copa con un valor añadido por habérsela arrebatado al eterno rival, al que siempre se llevaba a la chica más guapa, al que tiene jugadores galácticos y el que daba por hecho que se llevaría el triunfo. Pero se olvidaron que el príncipe y sus muchachos se crecen ante las adversidades y con un gol de cabeza, el equipo y su príncipe conquistaron el trofeo en tierras enemigas -el Santiago Bernabéu- y consolidaron todavía más su relación amorosa.
La historia de amor seguía cada día más firme entre la afición, el equipo y el príncipe, pero aun así, nunca quiso pensar en más allá que en cuidar a su amor día a día y dejar que su corazón fuera latido a latido. Y así, llegó una gesta a la que parecía querer acostumbrar el príncipe a sus súbditos. El equipo certificó una importante victoria en el campo de batalla de los ‘blues’ y logró acceder 40 años después a la batalla de las batallas. Esa que permite conquistar el mejor tesoro para su amada: la Copa de Europa.
Pero el amor incondicional que se profesan el príncipe y su equipo tuvo una nueva declaración de amor un año justo después de haber conquistado territorio vikingo. El príncipe y sus chicos afrontaban una batalla aún más complicada en territorio azulgrana, ante el equipo del mejor guerrero del mundo. El equipo de las rayas conquistaba su décima Liga gracias a un golpe certero del sargento Godín con la cabeza –como hiciera el príncipe 18 años antes para comenzar su historia de amor- y añadía así un nuevo regalo para su amada.
Pero el príncipe y sus muchachos querían más y en su empeño por querer dar todo a su media naranja, el 24 de mayo de 2014 afrontaban la batalla de las batallas. Era un escenario perfecto –rojiblanco-, el rival de toda la vida y con una marea de indios entregada a la causa. Y el príncipe y sus muchachos volvieron a hacer que su enamorada estuviera orgullosa de ellos
Pero esta vez no pudieron lograr el premio para a amada y acabaron muriendo en la orilla, donde más duele y de la forma mas cruel, cuando ya se tocaba con los dedos. La herida de la derrota tardará en cicatrizar, pero el príncipe y sus muchachos tienen que estar orgullosos de su entrega y saber que en toda relación de pareja, de vez en cuando hay un desencuentro que acaba por hacer más fuerte ese amor que se profesan uno por otro.
Porque si de algo puede estar tranquilo el príncipe es que seguirá enamorado de las rayas rojiblancas y las rayas rojiblancas de su príncipe. Un amor eterno que no se romperá hasta la eternidad.
Y colorín colorado… este cuento –una realidad en toda regla- no ha acabado.
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